
Sois muchas las personas que acudís a consulta con la duda o la inquietud de si algunas de vuestras dificultades en la gestión emocional o en las relaciones y vínculos tienen que ver con la manera en que vuestros padres o tutores os criaron.
Por supuesto, la respuesta variará en función de la problemática que presentéis, el tipo de apego durante la crianza y de muchos otros factores externos e internos.
Hoy, sin embargo, nos centraremos en un perfil muy concreto: la crianza sobreprotectora.
¿Qué es la crianza sobreprotectora?
Durante la infancia y la adolescencia, muchos percibimos que nuestros padres son sobreprotectores. En muchas ocasiones, solo se trata de una percepción exagerada pues, hasta cierto punto, su labor consiste en velar por nosotros y nuestro bienestar. Sin embargo, hay ocasiones en las que ese nivel de protección es excesivo e incluso persiste a lo largo de nuestra vida adulta, teniendo un impacto directo en nuestro desarrollo emocional. No obstante, debemos recordar que, en la mayoría de los casos, el objetivo de los padres o tutores es bien intencionado.
Veamos primero qué entendemos por crianza sobreprotectora. Los padres o tutores con este estilo suelen presentar las siguientes características:
Por temor o deseo de proteger a sus hijos de cualquier posible dolor, riesgo o dificultad, tienden a intervenir en exceso en sus vidas:
- Intentan resolver problemas por ellos.
- Evitan que enfrenten fracasos o fricciones.
- Controlan de manera excesiva sus actividades, amistades o decisiones.
- Regulan de manera estricta su rutina y limitan su libertad.
- Justifican o minimizan sus errores en lugar de enseñarle a asumir responsabilidades.
- Impiden que realice actividades normales por miedo a que se haga daño o sufra.
- Le transmiten la idea de que no es capaz de resolver problemas o tomar decisiones por sí solo.
- Tienden a suavizar la realidad.
¿Cómo afecta la crianza sobreprotectora en el desarrollo emocional?
Si ves a tus padres o tutores reflejados en lo descrito anteriormente, entonces es hora de valorar que posibles efectos ha tenido dicha crianza. Los mas frecuentes serían:
Baja tolerancia a la frustración
Cuando crecemos sin haber tenido que enfrentarnos a frustraciones o contratiempos, porque alguien los resuelve por nosotros antes de que tengamos la oportunidad de afrontarlos, no desarrollamos las habilidades necesarias para manejar situaciones difíciles.
Este déficit en la capacidad de afrontar la frustración puede derivar en dificultades para gestionar el estrés y las decepciones en el futuro, generando ansiedad, desesperación o, incluso, una tendencia a abandonar proyectos y metas cuando las cosas se complican.
Cuando no nos enfrentamos a retos o situaciones difíciles, podemos desarrollar un miedo al fracaso y una ansiedad generalizada ante la posibilidad de cometer errores que puede llevarnos a evitar nuevas experiencias o a desaprovechar oportunidades.
Ejemplo: Una joven en la universidad tiene una asignatura difícil. Tras recibir una mala calificación en su primer examen, entra en pánico y siente que nunca podrá aprobar. En lugar de pedir ayuda al profesor o esforzarse más, decide abandonar la materia.
Baja autoestima y dependencia emocional
En un entorno sobreprotector, los niños pueden llegar a pensar que no son capaces de tomar decisiones o actuar sin la intervención de sus padres. Si no experimentamos autonomía, no desarrollamos confianza en nuestras propias capacidades, lo que puede generar una sensación de incompetencia o falta de eficacia.
Esta falta de confianza en nosotros mismos puede derivar en una baja autoestima. En la adultez, esto puede traducirse en una dependencia excesiva de los demás, con dificultad para tomar decisiones sin la validación de otras personas, lo que puede afectar tanto las relaciones personales como el ámbito profesional.
Ejemplo: Persona que antes de elegir un restaurante para salir con amigos, pregunta varias veces si están seguros de que es una buena opción. En el trabajo, aunque tiene buenas ideas, no se atreve a expresarlas por miedo a equivocarse. Si tiene que hacer un trámite, llama a su madre para que le diga qué hacer en cada paso.
Falta de habilidades sociales
Cuando los padres o tutores intervienen excesivamente en nuestras interacciones sociales, no desarrollamos las habilidades necesarias para desenvolvernos en un entorno social. Esto puede traducirse en dificultades para manejar la confrontación, resolver conflictos o afrontar el rechazo.
En algunos casos, esta sobreprotección también puede impedir el desarrollo de la empatía y la capacidad de comprender las emociones ajenas, afectando así nuestras relaciones interpersonales.
Ejemplo: Un adulto al que un colega critica su propuesta en una reunión. Este siente una gran incomodidad y ansiedad, pero en lugar de defender su punto de vista o buscar una solución, evita el tema, deja de hablar con esa persona y lo comenta con su madre, esperando que ella le diga cómo manejar la situación. Con el tiempo, acaba evitando reuniones y cualquier situación donde pueda recibir críticas.
Percepción distorsionada de la realidad
Cuando otros toman decisiones por nosotros, no experimentamos los desafíos ni las consecuencias que estas decisiones conllevan. Como resultado, nuestra percepción de la realidad puede verse distorsionada, llevándonos a creer que las cosas siempre saldrán bien o que alguien más se encargará de resolverlas por nosotros.
A medida que crecemos, esta falta de experiencia puede dificultar nuestra capacidad de adaptación a la vida real, haciéndonos más vulnerables ante la incertidumbre y los contratiempos.
Ejemplo: Joven cree que las cosas siempre se solucionarán sin mucho esfuerzo. Cuando consigue su primer trabajo, asume que su jefe siempre le dará segundas oportunidades si olvida cumplir con sus tareas. Sin embargo, después de varias advertencias, termina siendo despedido. En lugar de asumir la responsabilidad, piensa que es injusto.
Dificultad para tomar decisiones
Nuevamente, al no tener la oportunidad de practicar la toma de decisiones y aprender a asumir las consecuencias de nuestras elecciones, crecemos con dificultades para tomar decisiones en la vida adulta. Esta indecisión puede generar estrés y ansiedad, ya que nos falta la confianza necesaria para actuar de manera autónoma.
Ejemplo: Un adulto que cuando recibe una oferta de trabajo en otra ciudad, no sabe qué hacer. En lugar de analizar los pros y contras por sí mismo, llama a su madre y a su padre repetidamente, esperando que ellos le digan qué hacer.
Dificultades para manejar la independencia
Tener que asumir responsabilidades por uno mismo puede resultar abrumador, ya que no se nos permitió aprender a gestionar estas situaciones desde pequeños. Este fenómeno puede manifestarse en dificultades para vivir de manera independiente, gestionar la vida profesional o establecer relaciones autónomas y saludables.
Ejemplo: Un joven que no sabe cómo manejar su propio presupuesto cuando se independiza.
Relación con los padres/tutores dependiente
En una crianza sobreprotectora, la relación entre padres o tutores e hijos puede volverse extremadamente dependiente y desequilibrada. Esta situación genera una falta de límites saludables, y, al llegar a la adultez, podemos enfrentar dificultades para separar nuestra identidad de la de nuestros padres o tutores. También es común experimentar sentimientos de culpa o resentimiento, ya que el hijo siente que sus decisiones o deseos no son completamente propios.
Ejemplo: Un hijo que siente culpa al mudarse lejos de sus padres, aunque esto sea una oportunidad importante para su desarrollo personal y profesional o que busca que sus padres decidan que profesional médico es el que más le conviene en lugar de decidir por sí mismo.
Sin embargo y a pesar de todo lo descrito anteriormente, es posible mitigar estos efectos. Como adultos, tenemos la capacidad de aprender todas esas habilidades que no se nos enseñaron de niños, para así ser mucho mas funcionales en nuestra vida. Desde la terapia cognitivo-conductual crearemos un plan adaptado a tus dificultades.
Júlia Tarancón Estades
Colegiada B-03232