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«Yo lo superé». Esta frase, que tantas veces escuchamos o decimos, a menudo oculta otra verdad: lo que no se ha superado, simplemente se ha guardado en un cajón emocional. Y, como todos sabemos, los cajones cerrados durante demasiado tiempo suelen desbordarse. Así funcionan muchos traumas no elaborados: permanecen en silencio, pero siguen influyendo en cómo sentimos, actuamos y nos relacionamos con el mundo.
El trauma no es solo una gran catástrofe
Cuando hablamos de trauma, mucha gente piensa en eventos extremos: accidentes, abusos, desastres naturales… Estos serían grandes traumas (o “traumas T”).
Pero el trauma no siempre es un hecho extraordinario. A veces, puede ser sutil, repetitivo o incluso “invisible” para quien lo sufre: una infancia emocionalmente fría, una humillación vivida en la escuela, una ruptura inesperada sin explicación, o crecer sintiendo que nunca eras lo suficientemente bueno. Estos son los llamados pequeños traumas (o «traumas t»), y pueden tener un impacto profundo, especialmente si se repiten a lo largo del tiempo. Lo importante no es tanto lo que ha sucedido, sino cómo lo ha vivido la persona, y si su sistema nervioso ha podido procesarlo adecuadamente o no.
¿Qué ocurre cuando no lo procesamos bien?
El cerebro tiene una capacidad natural para asimilar e integrar las experiencias. Pero cuando algo nos supera —por su intensidad, duración o por falta de recursos para afrontarlo— esa vivencia queda “atascada”. Es como si una parte de nosotros se quedara congelada en ese momento.
Y esto puede aparecer años más tarde en forma de:
- Reacciones desproporcionadas ante situaciones aparentemente inofensivas
- Ansiedad persistente o ataques de pánico
- Dificultades para confiar en otros o mantener relaciones
- Sensación de vacío o desconexión emocional
- Culpabilidad, vergüenza o baja autoestima
- Entre otras…
Un ejemplo muy común es el de una persona que, de niña, recibía críticas constantes de sus padres. Ahora, en la edad adulta, puede reaccionar con mucho miedo ante cualquier comentario en el trabajo o sentirse fácilmente rechazada en una relación. Y aunque racionalmente sepa que “no pasa nada”, emocionalmente se descompone.
Esto no es debilidad. Es el eco traumático del pasado.
El trauma no se supera con fuerza de voluntad
Uno de los errores más comunes es pensar que el tiempo lo cura todo, o que solo hace falta “mirar hacia adelante”. Pero cuando una experiencia ha quedado mal elaborada, el tiempo no la disuelve: solo la silencia. Y el problema es que muchas personas conviven con síntomas derivados de ese trauma sin saberlo. Buscan soluciones rápidas, pero no comprenden de dónde viene el malestar.
Aquí es donde entra en juego una herramienta terapéutica muy potente: la terapia EMDR.
EMDR: Reconectar con el pasado para vivir el presente
EMDR (siglas de Eye Movement Desensitization and Reprocessing, o Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) es una terapia avalada científicamente, especialmente indicada para trabajar traumas. Fue desarrollada por la psicóloga Francine Shapiro en los años 80 y, desde entonces, se ha convertido en una de las herramientas más eficaces para tratar trastornos relacionados con el estrés postraumático, pero también ansiedad, fobias, duelos complicados o bloqueos emocionales.
¿Cómo funciona?
El proceso comienza con una exploración cuidadosa del problema y de las experiencias vitales asociadas. Cuando el terapeuta y la persona han identificado una memoria traumática o una escena significativa, se trabaja mediante estimulación bilateral (normalmente, movimientos oculares guiados, sonidos alternos o suaves toques en manos o rodillas), a través de un protocolo basado en evidencia empírica.
Esta estimulación ayuda al cerebro a “reprocesar” la información atrapada. Es decir, facilita que esa experiencia, que hasta ahora generaba malestar o reactividad, pueda integrarse de forma más adaptativa.
No se trata de olvidar, sino de transformar: el recuerdo sigue ahí, pero deja de doler. La carga emocional se reduce, y la persona puede recuperarse de forma más natural.
Un caso real (con nombre ficticio)
Clara, de 35 años, acudió a terapia porque sentía que no podía confiar en ninguna pareja. Siempre acababa saboteando las relaciones cuando estas comenzaban a volverse más profundas. Durante la terapia EMDR, emergió un recuerdo aparentemente “banal”: a los 9 años, su madre se fue tres días sin avisar ni explicar el motivo. Aunque volvió, el miedo y la desconfianza se instalaron silenciosamente en Clara.
Después de varias sesiones de EMDR, ese recuerdo dejó de generarle ansiedad y pudo entender qué había pasado y cómo lo había vivido. Esto le permitió abrirse emocionalmente en sus relaciones actuales sin ese filtro constante de miedo.
Nota importante: Este caso se presenta a modo de ejemplo, pero muchas veces un síntoma no se relaciona directamente con un solo recuerdo y el trabajo requerido es más complejo.

¿Y si el trauma no es “tan grave”?
Una de las maravillas del EMDR es que no hace falta que el recuerdo sea «traumático» con mayúsculas. Muchas veces trabajamos escenas cotidianas que, para la persona, fueron profundamente significativas: una mirada de desprecio, una palabra dura, un momento de soledad no compartida. Todo aquello que el cerebro no pudo procesar bien, sea grande o pequeño, puede trabajarse con EMDR.
El valor de una terapia que acompaña con respeto
Uno de los aspectos más valorados por quienes hacen EMDR es la sensación de control y respeto durante el proceso. No es necesario explicar con todo detalle las escenas dolorosas. El terapeuta guía, pero es el cerebro de la persona quien hace el trabajo de forma natural, como si por fin pudiera poner orden en el caos.
Y no, no es magia. Es neurobiología al servicio del bienestar emocional.
Para acabar: cuando no es olvidar, sino integrar
Todas las personas tenemos heridas. Algunas son visibles, otras más escondidas. Pero eso no nos hace débiles: nos hace humanos. Lo que sí podemos elegir es qué hacer con ellas. ¿Ignorarlas? ¿Hacer como si no existieran? ¿O mirarlas de frente, con ayuda profesional, y darles un nuevo lugar dentro de nosotros?
La terapia EMDR nos invita a eso: a dejar de huir del pasado para poder vivir, finalmente, el presente. Porque cuando el trauma se elabora, el dolor no desaparece como por arte de magia, pero deja de dirigir nuestra vida desde la sombra. En el Instituto Psicologia-Sexología Mallorca contamos con profesionales que pueden ayudarte si así lo deseas.
Paola Obrador
Psicóloga Col. Nº B-1815


